Tlön uqbar orbis tertius ciudad seva
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Es absurdo (afirmaba) imaginar que cuatro de las monedas no han existido entre el martes y el jueves, tres entre e1 martes y la tarde del viernes, dos entre el martes y la madrugada del viernes.
Al principio se creyó que Tlön era un mero caos, una irresponsable licencia de la imaginación; ahora se sabe que es un cosmos y las íntimas leyes que lo rigen han sido formuladas, siquiera en modo provisional. El pulpero nos acomodó unos catres crujientes en una pieza grande, entorpecida de barriles y cueros.
El sustantivo se forma por acumulación de adjetivos. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Se conjetura que este brave new world es obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos, de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas, de moralistas, de pintores, de geómetras… dirigidos por un oscuro hombre de genio.
La aguja azul anhelaba el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlön. Recuerdo con singular nitidez uno de los primeros y me parece que algo sentí de su carácter premonitorio. Ese arriesgado cómputo nos retrae al problema fundamental: ¿Quiénes inventaron a Tlön?
Una tarde, hablamos del sistema duodecimal de numeración (en el que doce se escribe 10). Más extraño y más puro que todo hrön es a veces el ur: la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la esperanza. Esta palabra integra un objeto poético creado por el autor. Hay objetos compuestos de dos términos, uno de carácter visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de un pájaro.
Todo estado mental es irreductible: el mero hecho de nombrarlo –id est, de clasificarlo- importa un falseo. Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo. He was having dinner with his friend, Bioy Casares, when their conversation turned to the ‘monstrous’ nature of mirrors.
Ya sabemos que en Tlön el sujeto del conocimiento es uno y eterno.
En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. El sobre tenía el sello postal de Ouro Preto, la carta elucidaba enteramente el misterio de Tlön. What is strange, however, is that none of the atlases in the library mention this land of Uqbar.
Two years later, an old friend of Borges’ father, Herbert Ashe, dies, soon after receiving a package of a book.
Los espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are hateful) porque lo multiplican y lo divulgan. The next day, Bioy phones Borges to announce that he’s managed to find the article and passage, and Borges asks to see it.
Borges reads the entry on Uqbar, but there is something vague about the encyclopedia’s description of the land, which appears to lie somewhere in Asia Minor (modern-day Turkey).
The book I hold doesn’t exist as such but is merely something I perceive to exist.